Evita la obsolescencia programada reparando tu móvil
La obsolescencia programada es la limitación de la vida útil que las empresas fabricantes dan a algunos de sus productos, especialmente a los tecnológicos. Aunque hace unos años parecía sorprendente que los fabricantes limitaran la duración de los productos que vendían, ahora todo el mundo sabe que ocurre así con determinados productos.
En realidad, la obsolescencia programada es un efecto secundario (y, si se piensa bien, bastante lógico) del consumismo desmesurado propio de una determinada forma de entender el capitalismo. Si cada vez que se nos rompe algo lo sustituimos la rueda económica gira, pero al mismo tiempo, contribuimos a un uso insostenible de los recursos. Pensemos, por ejemplo, en que se nos ha roto la pantalla del móvil, y optamos por cambiar de terminal. En cambio, si optamos por un servicio técnico móvil como el de Servicio10, o como los de las propias marcas, ahorraremos energía, recursos y nuestro propio dinero.
De esta forma, la reparación (junto a la reutilización, la recuperación y el reciclaje) es la forma sostenible de relacionarse con los productos que consumimos. Es, por tanto, lo contrario a la obsolescencia programada.
La bombilla centenaria, el ejemplo clásico de la obsolescencia programada
A lo largo de la historia se han conocido casos escandalosos de obsolescencia programada. Por ejemplo, es sabido que las primeras bombillas estaban diseñadas para funcionar el mayor tiempo posible. De hecho, existen bombillas que acumulan décadas encendidas. De entre todas ellas destaca sin duda la bombilla de Livermore o “bombilla centenaria”: una bombilla que lleva encendida 120 años y acumula más de un millón de horas alumbrando. Es la que más tiempo lleva encendida, según el Libro Guinness de los Récords.
¿Cómo es posible entonces que las bombillas de nuestro tiempo duren tan poco? Muy sencillo: en la década de los años 20 del siglo XX, los productores decidieron introducir en ellas un filamento de menor grosor, de modo que se rompían más fácilmente y los usuarios se veían obligados a comprar bombillas más a menudo. La decisión industrial de introducir un filamento de peor calidad la tomaron los principales fabricantes coordinadamente.
Así crearon en secreto el primer cártel mundial para controlar la producción de bombillas y repartirse entre ellos el pastel de las ventas del mercado mundial. La duración de las lámparas era un obstáculo para su objetivo: que los consumidores compraran lámparas y bombillas con regularidad. Por eso, crearon un comité para reducir las horas de vida de una bombilla hasta las mil horas y, tras experimentar y modificar la composición de su producto, lo consiguieron.
La obsolescencia programada en los teléfonos móviles
Este es, probablemente, el ejemplo más clásico de obsolescencia programada. Pero hay muchos otros: las medidas de nylon, las impresoras o las baterías de los teléfonos móviles que, para colmo, algunos fabricantes impiden reemplazar integrándolas en el aparato. Los teóricos distinguen tres tipos de obsolescencia: la obsolescencia de función, que se produce cuando sale a la venta un producto con nuevas funciones (todos conocemos productos que se actualizan permanentemente con funciones añadidas que nunca nadie había pedido); la obsolescencia de calidad, en los que el producto presenta errores y mal funcionamiento tras un tiempo de uso; y la obsolescencia de deseo, que se basa en las aspiraciones humanas de adquirir nuevos productos por moda.
Los teléfonos móviles o smartphones no se libran de la obsolescencia programada. Todos sabemos lo que ocurre con sus baterías, o con su memoria, que irremediablemente se queda pequeña a pesar de que cuando lo adquirimos nos parecía más que suficiente para toda una vida.
El problema con todo esto es que la obsolescencia programada es cara para el consumidor, y muy perjudicial para la sostenibilidad del planeta. Aunque consideramos el móvil uno de nuestros objetos más preciados, lo sustituimos con facilidad. Cada vez que adquirimos un nuevo producto para sustituir a uno anterior con menos vida útil de la deseable o posible, estamos consumiendo más recursos: chips que se hacen con materiales escasos, agua utilizada en cualquier proceso productivo, combustible para su transporte… Aunque durante siglos hemos actuado como si no fuera así, los recursos del planeta tienen un límite.
Los servicios técnicos y las “cuatro erres”
Afortunadamente, hay alternativas. Ya sabemos que el futuro pasa necesariamente por incorporar a nuestro comportamiento individual pautas de conducta que limiten la degradación que sufre el planeta. Una buena medida es aplicando las llamadas “cuatro erres”: Reducir, Reutilizar, Reciclar y Recuperar. Si aplicamos estos cuatro verbos a nuestras rutinas diarias, estaremos poniendo nuestro granito de arena para combatir el cambio climático.
Un servicio técnico móvil puede ayudarte a ahorrar dinero, y probablemente esta sea tu primera preocupación. Puede reparar tu móvil o Tablet por mucho menos dinero del que te costaría una nueva, y si es necesario, sustituirá alguna pieza de modo que tu aparato ofrezca unas prestaciones similares a las que te daría uno nuevo. A todos se nos ha roto la pantalla del móvil seguramente más de una vez, logicamente cuesta menos reparar la pantalla del móvil que comprarse un nuevo teléfono cada vez, y ademas es más ecológico. En resumen, los servicios técnicos pueden dar una segunda vida a aparatos que el consumismo nos empuja a sustituir, cuando son perfectamente útiles tras pasar por las manos de un experto.
De esta forma, un servicio técnico aporta su granito de arena en la sostenibilidad del planeta, y juega un papel, pequeño pero muy importante, en el uso eficiente de unos recursos escasos.